El perro negro ya no ladra

El reloj marca desidiosamente las 2:10 de la madrugada. Estoy sentado sobre el borde de su cama y desde aquí la observo dormir. Se ve tranquila. Parece que intenta soñar. Miro a través del ventanal de la terraza y afuera todo está muy negro. Tan negro como un pensamiento. Solo la luna alumbra sin ganas el patio y está dormido el perro negro que ya no ladra cuando me ve.

Casi siempre vengo por las noches que es cuando la inmovilidad me permite ver sin prisas su semblante, tomar su mano sin que se de cuenta y guardarla entre las mías como antes, como cuando yo rondaba por aquí. Conozco bien este lugar.  Parece ser que hoy no tuvo mucho trabajo. Unas hojas exhiben algunos bocetos que sé que mañana terminarán en el cesto de la basura.

Es Viernes y estoy seguro de que se fue temprano a la cama. Como siempre, huyó de los amigos y prefirió quedarse en casa a rumiar dolores antiguos y a escuchar cualquier desorden musical….”Im a poor freezingly cold soul…”

Me gusta merodear por su habitación, es pequeña como un sentimiento que cabe en todas partes y está tapizada de buenas intenciones. Siempre que puedo me acerco a sus libros y los abro para oler en sus hojas el perfume de sus dedos. Sin querer los desordeno y como es tan condenadamente metódica, nota cuando un libro está fuera de su sitio. Milán Kundera siempre me delata.

En el librero hay una caja donde guarda cartas. Todas las mías están dentro de un sobre que tiene escrito mi nombre con esterbrook negro.

Mis fotografías siguen aquí. Me veo preso dentro de un portarretratos mientras en otra pared, una más de mis imágenes, sostenida por tachuelas de colores, convive con la del Santo y la de el Ché Guevara.  Todo está en su lugar.
Vuelvo a sentarme en la cama. Ha cambiado de posición. Si supiera que estoy aquí…que la observo mientras sale a la terraza a ver por qué ladra tanto el perro negro. Algún día, uno de sus sentidos le dirá que soy yo quien le quita el libro de las manos y apaga la luz cuando la vence el sueño. Que soy yo quien la cobija cuando tiembla de frío. Que soy quien se toma las sobras del café que deja en la taza.

Ella está convencida de que la he abandonado, de que me fui por completo allá muy lejos, en donde no puede alcanzarme. Y aún así, algo le dice que hay algo extraño en esta habitación. La conozco bien y sé que siente mi presencia cuando le acaricio y le digo al oido…”ya no llores…”

Algún día sabrá que aquélla noche, bajo el manto de estrellas calladas, después de preguntarle al vacío –“¿Dónde estás?”-…fui yo quien puso un dedo sobre su espalda provocándole un escalofrío que la hizo volver a la cama y temblar de miedo hasta quedarse dormida.  Sigo aquí.

Mañana como todos los días 5 de cada mes, irá a mi tumba a poner flores y se sentará sobre ella con un cigarro en la mano temblorosa. Comenzará a hablarme de lo que le ha pasado a su vida y del gran hoyo negro que dejé en su alma.  Mientras esté hablando, una vez más sentirá ese escalofrío cuando ponga mi mano sobre su hombro y le diga al oído….”Creeme….no es tan malo morirse…”

Será mejor que me vaya, tiene el sueño muy ligero y no quiero despertarla. Ella no imagina lo que sucede mientras duerme. Solo lo sabemos yo y el perro negro que ya es mi amigo. Antes de irme voy a tomar un pedazo de jabón de baño y por fuera de la puerta de vidrio voy a escribir:

-“Creeme….no es tan malo morirse…”-  …a ver qué pasa.

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