La noche estaba tan negra como la conciencia. Solamente un foco, cada 200 metros, iluminaba a penas la única calle huérfana de aquél pueblo en medio de la nada. El viento soplaba como trayendo un presagio. En una casa en penumbras, el Doctor Edelmiro Rosales hojeaba sin ganas un libro sobre Botánica. De vez en vez daba sorbos a su café con leche y después posaba la taza sobre sus apuntes dejando círculos sepias sobre las hojas. Todo estaba en silencio salvo el ronroneo inquietante de Tiberius, un gato de edad incierta que vivía con el Doctor por conveniencia. Afuera, los arrayanes se mecían al igual que la única mecedora de madera que yacía en el cobertizo de la entrada. El Doctor levantó la vista y notó que una urraca se había posado en el quicio de la ventana y lo miraba con curiosidad. Se entretuvo en esto por un segundo y al instante recordó que al día siguiente tendría que estar muy temprano en el Mercado cercano a la Plaza de Armas, para comprar bastimento, tabaco y un atún fresco para el malagradecido de Tiberius.
A los pies del Doctor Rosales, echado sobre el suelo de madera, Tiberius yacía apacible como una esfinge milenaria. Era casi la media noche y el Doctor sentía cómo el cansancio se posaba sobre sus hombros. Había tenido un día vacío atendiendo a un enfermo de parotiditis y espantando los conejos que a diario intentaban comerse las coles que había sembrado en el traspatio. El Doctor enderezó el cuerpo, se estiró lo más que pudo intentando sacudirse los 69 años de encima y quitándose los lentes bifocales cerró el libro de Botánica.
Se dirigía a su habitación cuando repentinamente vio cómo el gato encorvó su cuerpo con el pelo del lomo erizado y dándo un salto, corrió a esconderse entre los sacos de papa que estaban apilados en un rincón de la cocina. El Doctor intentó sin éxito sacar al gato de su trinchera. En eso estaba cuando repentinamente tocaron a la puerta. El hombre dio un respingo y volteó a ver el reloj de cuerda que colgaba en la pared. 12:24. Le sorprendió que a esa hora, alguien – a parte de él – estuviera despierto en ese pueblo dormido. Suponiendo que era una urgencia se encamino a la puerta con cierta prisa.
Al abrir, descubrió del otro lado a un niño agitado que lo miraba con sus grandes ojos. No tendría más de 11 años, era menudo y vestía pantalones cortos. Al Doctor le pareció un capricho que una criatura anduviera sola a deshoras.
-¿En qué te puedo ayudar?-
-Usted es Doctor, verdad?-
-Así es. Ha qué has venido? Te ha pasado algo?-
-Es mi madre. Está muy enferma y vengo por usted para que vaya a curarla.-
-Vives lejos de aquí? No te había visto por éstos rumbos-
-Vivo a varias cuadras de aquí, por favor acompáñeme, tiene que darse prisa.-
-Está bien, espera aquí, voy por mi maletín-
El Doctor regresó a la mesa donde había estado leyendo y tomó su maletín. Al salir y emparejar la puerta, vio que el jovencito, impaciente, se le había adelantado varios metros. El Doctor comenzó a seguirlo intentando apurar el paso, pero los años no se lo permitieron. El niño regresó y le tomo el maletín. –Deje que le ayude con esto Doctor.- Con falta de aliento no pudo más que asentir con la cabeza y conformarse con dejar que el niño lo guiara de lejos.
A los 15 minutos de caminar, Rosales sacó un viejo pañuelo de su bolsillo para secarse el sudor. De vez en vez, el Doctor le gritaba al muchacho: –Todavía falta mucho?- Pero no obtenía respuesta. El niño solamente volteaba por encima del hombro para constatar que Rosales no se había dado por vencido y que aún lo seguía. Después de una larga caminata, al llegar a una esquina, el muchacho se detuvo y esperó a que el Doctor lo alcanzara. Llegó exhausto y se recargó contra el farol solitario de aquélla calle mientras se pasaba el pañuelo por la cara sudorosa. El niño se volvió hacia él y apuntando a una casona antigua le dijo: -Ahí es-. El Doctor se incorporó: -Muy bien, vámos entonces- y emprendió el camino. El joven se quedó parado viendo como Rosales se alejaba un poco. Al ver que no lo seguía, se volvió hacia él.
-Qué pasa, no vienes?-
-Adelántese usted, ya lo alcanzaré. Tengo algo muy importante que hacer antes.-
Rosales dudó un momento y siguió caminando hacia la casa. Cuando iba casi llegando, escuchó que el muchacho gritó:
-Doctor!….gracias!…-
Sin voltear, Rosales levanto la mano haciendo un ademán y siguió su camino.
La vieja casona estaba deteriorada y la hierba se había apoderado del jardín. Rosales supuso que en sus mejores tiempos, habría sido una vivienda muy agradable. Al llegar al pórtico de la entrada, se dio cuenta que la puerta estaba entreabierta. El interior estaba casi en penumbras.
Con pasos lentos y cuidadosos fue avanzando por el sucio pasillo principal de la casona. A medida que avanzaba, la oscuridad se volvía más intensa, al grado de que el viejo galeno comenzó a dudar en continuar con aquella petición. A punto estaba de dar la media vuelta y salir lo más pronto posible de esa inquietante oscuridad, cuando llegó al pie de una descuidada escalera de madera. En lo alto, vio con cierto alivio una débil luz proveniente de un cuarto.
-¿Hay alguien en casa?- Murmuró Rosales casi entre dientes como temiendo que alguien le contestara… o temiendo aún más lo contrario.
Sacudiendo la cabeza como tratando de espantar malos pensamientos, subió decidido por la ruinosa escalera. Cada escalón parecía ceder ante su peso, sin embargo no se detuvo sino hasta llegar a la puerta de donde salía aquella luz.
Al entrar al cuarto se encontró con que dicha luz era irradiada por una lámpara de aceite colocada en una pequeña mesa circular situada en el centro del cuarto. En un rincón poco iluminado de la habitación pudo distinguir un viejo colchón y un cuerpo inmóvil recostado sobre el. Rosales supuso que se trataba de la madre del muchacho y se acercó hasta ahí con la lámpara en la mano.
Se trataba de una anciana como de 70 años, pálida y con el cabello totalmente blanco. Su estado era en verdad deplorable. Su rostro descarnado a la luz de la lámpara la hacía ver aún más demacrada. Rosales puso su mano sobre la frente de la mujer y la retiro rápidamente al notar que se encontraba helada. Sin embargo pudo notar como respiraba normalmente y fuera de la baja temperatura, parecía encontrarse sumergida en un apacible sueño.
-“Condenado escuincle”- pensó Rosales, -“Ahora caigo en la cuenta de que se llevó mi maletín y no ha regresado. ¿Sería todo parte de un plan para robarme mis instrumentos?”- No pudo más que esbozar una sonrisa al pensar que alguien pudiera elaborar “un plan” para robarle sus viejos y ya casi inservibles instrumentos. No, seguramente el chiquillo se habría entretenido y de un momento a otro llegaría a su encuentro con el maletín. Al fin y al cabo, la mujer parecía estable por el momento. Tomó una vieja silla y silenciosamente se sentó al lado del colchón a esperar. La habitación se encontraba sucia y descuidada. Fuera de la mesa, el colchón, la silla y un pequeño buró con fotos, no contaba con más mobiliario. El suelo parecía contar con varias capas de polvo y en el techo se acumulaban ya una gran cantidad de telarañas. Para aliviar un poco su estado de ansiedad se puso a practicar su pasatiempo preferido: Elaborar cálculos mentales y después de media hora de espera, el Doctor Rosales ya sabía que entre el colchón y la pared derecha había un metro y medio; entre su silla y el colchón, 53 centímetros; del suelo al techo, 3.26 metros y de su silla al buró de la izquierda, 4.72 metros. En estos pensamientos se encontraba cuando se quedó profundamente dormido…
-¿Qué hace usted aquí?-
La pregunta fue hecha casi a gritos y Rosales despertó de manera brusca para encontrarse con la desafiante mirada de la anciana sentada sobre el colchón. La luz del día, se colaba por un resquicio de la ventana. Era la primera vez que Rosales podía ver bien a su paciente: Su rostro demacrado y su figura esbelta la hacían ver mucho más débil que la noche anterior, sin embargo, sus pequeños ojos lo miraban fijamente de manera amenazante.
-¿Qué…qué horas son?-
-¡Es usted! ¡Viene por mi! ¿Verdad? No se conforma ni aprende la lección-
-Señora, usted se encuentra muy enferma. Permítame atenderla.
-¡No le permito nada… demonio!
-Tranquilícese señora, yo sólo estoy aquí para ayudarla. Su hijo me trajo hasta acá.
-¡Yo no tengo hijos! ¡Atrás, no se acerque!
Rosales retrocedió e instintivamente volteó a la puerta, pero detuvo su mirada en el buró en dónde se encontraba una serie de retratos.
-¿Cómo no? Mire, éste es el muchacho que fue por mi anoche a mi casa. Es su hijo. ¿No es así?
El rostro de la mujer se encendió de repente y clavó sus pequeños ojos en el Doctor.
-No recuerda nada ¿Verdad, Rosales?
-¿Qué tengo que recordar más que ayer su hijo fue a mi casa y me dijo que usted se encontraba muy enferma? Por eso vine hasta acá y por eso he pasado la noche a su lado. Llame a su hijo si no me cree; él le contará la verdad y espero me devuelva mi maletín.
-Él es mi hijo Juan. Usted lo atendió hace mucho tiempo. Solía jugar cerca de su casa. ¿No lo recuerda? No me extraña. Eso fue hace más de 40 años. ¡Mi muchacho murió de disentería cuando tenía 12! Usted con todos sus conocimientos no pudo hacer nada por él, se le murió en las manos.
-¡Pero qué está diciendo?…No puede ser! ¡Esto debe ser una broma de mal gusto, un plan para robarme…para volverme loco!
-Lo que no puede ser es que usted esté aquí. Su alma sigue penando, Edelmiro Rosales, por eso sigue viniendo por las noches. Seguro no ha terminado de pagar la muerte de mi Juan. Yo no puedo perdonarlo, que lo perdone Dios. Si es que puede, vaya a descansar en paz, Doctor, que ya es de día.
El Doctor, con los ojos fijos en la anciana y con un gesto de confusión en el rostro, fue extinguiéndose poco a poco, difuminándose hasta disolverse en la poca oscuridad que quedaba en la habitación. Rosales desapareció ante los ojos de la anciana, quien ya había sustituido el rencor por lástima.
Doña Eduviges, con mucho esfuerzo se levantó de su colchón y mientras murmuraba un Padre Nuestro se encaminó hacia la escalera con pasos menudos. Pensó que ya se le había hecho costumbre eso de que el fantasma del Doctor la frecuentara. La anciana tardó una eternidad en llegar al piso de abajo y una vez ahí, entró a la cocina. Arrastró hacia ella una silla del comedor y se sentó mientras veía en silencio cómo su hija fregaba los platos del desayuno en el lavadero.
-¿Es usted mamá?
-Ay Concha! El ánima del Doctor Rosales se apareció de nuevo-.
-El trabajo en la cocina nunca acaba. Cómo me gustaría que ese escuincle me ayudara de vez en cuando con los quehaceres.
-Pero esta vez le puse las cartas sobre la mesa, Concha. Debiste ver la cara que puso. Pobre hombre, nadie le había hecho la caridad de decirle que ya está muerto.
-Mamá, a veces siento miedo.
-No te preocupes Concha. No nos molestará más. Por fin ha entendido y se ha ido para siempre.
-Lo mejor será cambiarnos de casa, o traer al cura para que por fin descanse en paz.
-Te digo que no debes preocuparte. Edelmiro Rosales se ha ido para siempre. Igual que tu hermano Juan, mi Juan…
La anciana no pudo contener un profundo y melancólico sollozo.
-Estoy bien, no te preocupes Concha. Son sólo recuerdos. Me voy a recostar un rato.
Doña Eduviges se levantó de la silla y al dar la media vuelta, tiró de la mesa una taza con las sobras del café.
Concha se estremeció al escuchar cómo la taza se rompía al chocar contra el suelo. Automáticamente tomó la escoba y el recogedor para levantar los restos de la cerámica.
-La extraño mucho mamá, pero por favor ya vaya a descansar en paz…ya no me haga pasar sustos.-
Doña Eduviges salió del comedor sin escuchar lo que Concha decía y siguió caminando hasta desaparecer al pie de la escalera.
El niño entró corriendo por la puerta del comedor y sin percatarse de su madre abrió el refrigerador y sacó una coca-cola.
-¡Ahí estas condenado escuincle! A ver si te estacionas por fin en la casa para que me ayudes a recoger tu cuarto que es un chiquero.
El niño dio un largo trago al refresco, cerró el refrigerador y salió corriendo entre risas, tirando parte del líquido en la loza.
-¡Nomás eso faltaba! ¡Como si no tuviera suficiente trabajo! ¡José! ¡Ven para acá inmediatamente!… ¡José!
Pero José ya no escuchaba a su madre, se encontraba en el patio con uno de sus amigos. La voz de Concha se fue apagando poco a poco hasta perderse entre los graznidos de una parvada de pájaros que pasaba en ese momento.
-¿Quieres coca-cola?
-Ya sabes que no tomo eso. Mejor enséñame la lagartija que agarramos hace rato.-
-Mira; aquí la traigo en la bolsa. No se ve muy bien ¿Qué hacemos con ella?
-¿Qué te parece que la operemos de emergencia?
-¡Vamos por cuchillos a la cocina
-Ni falta que hace, mira lo que conseguí ayer: ¡Nuestro propio equipo de medicina!
– Y eso, tú? ¿En dónde lo encontraste?
– Se lo robé a un viejo amigo.
-¿De veras? ¡Que poca madre, Juan!
-Todo fue por una buena causa, aparte… ¿Qué me dices a mi, si el que no tiene madre eres tú?
Los dos niños se alejaron alegres hacia la plaza, turnándose para llevar el maletín en sus manos. Un gato viejo iba detrás de ellos. No prestaron atención al equipo de ingenieros y obreros que se encontraban ahí con la misión de tirar los pocos restos de aquel pueblo desierto para construir una autopista.
Epílogo
Jacinto Perales leía el cuento con el ceño fruncido mientras manipulaba los controles del Bulldozer.
-¡Una soberana porquería!- Exclamó mientras lo tiraba.
-¿Qué te pasa Chinto, porqué tanto coraje?
-Nada, un aborrecible cuentecillo que acabo de leer. ¡Una descarada basura!
-¿Pero porqué dices eso compadre?¿Tan mal está?
-Imagina que tan malo es, que al final resulta que todos están muer…
Y Jacinto y sus compañeros se convirtieron de repente en un montón de piedras que se desmoronaron poco a poco…
21 comentarios
Me pongo de pie (y me vuelvo a sentar para seguir escribiendo este comentario), aplaudo (y en seguida dejo de hacerlo por que mi esposa me esta viendo como loco), y por último los felicito por su genial cuento corto (o será más bien novela breve).
Genial, valio la pena la espera, y sobre todo el saber que no invitaron a Pinball Wizard me llena de orgullo (no se porque, pero se lee bonito). Desearía seguirles comentando lo mucho que me gusta leerlos, pero ya va a amanecer y no quiero desaparecer dejando inconcluso este mensaje (gracias por avisarme que ya me cargo pifas).
Mokotes
Genial. Que envidia =P
Kymie
No hay más que decir: «Excelente»
Monica
NO SE XKE AL EMPEZAR A LEER ME TRANSPORTASTER AUTOMATICAMENTE A LOS ULTIMOS DIAS DE ARACATACA…… EXCELENTE
okioki
¡¡¡¡¡¡¡¡¡WOW!!!!!!!!!! este relato tiene todo lo que debe tener una buena historia… suspenso y un final inesperado bravo
ardillita
y todos vivieron felices por siempre…. o murieron…. felices…. creo….
bomborio peek
!!!!!!!!!!!ORALE¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ ME HAN DEJADO DE A SEIS ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡……….excelentisimo cuento corto……..muy en el ambiente de pedro paramo………me remitieron a comala……………..
phobos10
Esto está como para «Antología de cuentos mexicanos» de hecho podemos ir a la feria del libro, con eso de que ya salió la movie de Santoy , tengan cuidado , al rato algún chilango la piratea y la veremos ganando premios en el pOcoscar.
Cloaco de las cloacas
Aguas, no les vaya a jalar las patas en la noche Don Juan Rulfo jeje
«Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras».
Pedro Páramo, Juan Rulfo.
Estuvo bueno el cuentín =D me gustó ver algo diferente a lo que ustedes hacen por acá.
letty
Muy buen cuento, realmente me gustó, gracias por hacerme pasar un buen momento….Sería muy bueno que después se lo pasaran al Cazacadenas, a ver que puede hacer con el….
Perico Cantor
Está genial el cuento…
Me encantan las leyendas e historias de aparecidos…
excelentemente bien redactado
Saludos!!
Sonia
Worales… ciertamente tienen algo de talento, menos mal que regresaron con buen material, nomas por favor no se nos desmoronen o desvanezcan tanto tiempo mis estimados fantasmitas del averno.
Muñoz
Me recordó algo como:
«Ahí te dejo un beso y una taza de café frío. Para cuando despiertes ya estaré rumbo al olvido».
Yuritz
Muy bueno, me gustó bastante; no sé porque me dio la impre que Jacinto Perales era PinballWizard.
periquillo
Buenisimo el noveblog.
Gracias por la obra «El maletín del Doctor Rosales» a doc. en el marco del mes del terror y la posmodernidad y de la invención literaria dentro de los parámetros de la reconstrucción histórica caracterizando la novela como testimonio de la heterogeneidad y de la fragmentación de la sociedad y vivencias del Escritor Phineas y la novelista exentrica S. Sister.
calif. *****
equipo phines .- El pueblo en que se sucitaron lo hechos fue «Charcas».
jan5
Don Ramiro Gamboa alias el Tío Gamboín nos relata en su libro «Incubos Perversos» como utilizar a estos entes para tener relaciones sexuales mientras nos encontramos en estado semi dormidos…
sanguinariopus
Pues a mi me parece una buenísima historia, digna de figurar junto a «canasta de cuentos mexicanos»
De plano, ese estilo de escritura me gusta de a madres…!
saludos!
Gusgo
excelente cuento, coincido con phobos, me senti en comala rodeado de todos los personajes del maestro Rulfo
vesalius
Ta bueno, muy bueno parece un poco como esta narrado el libro de Garcia Marquez «Memorias de mis putas tristes», pero esta padre, eso de que un fantama se le aparesca a otro fansanta y otro a ese otro y el que estaba leyendo la historia estaba loco uuttsss otro rollo *****
JOrGE
bieeeen
TIAMUELAS
Felicidades, la verdad no sabía qué esperarme. Sépanse que no siempre tengo el tiempo de postearles, pero nunca dejo de leerlos. El cuento está pokamadre.
Ya me cansé de explicarles a mis amigos acerca de qué es el phineas cuando me preguntan de dónde saqué el disco del Chícharo.
SALUDOS!
Bringass