Homenaje a las Madres

El aumento explosivo de la población ha dado lugar a ciertos temores (según algunas autoridades, completamente infundados) de que si seguimos por este camino vamos derecho al facaso, o a morirnos de hambre. Conozco, inclusive, a un desalmado que ha llegado a decir en pleno 10 de Mayo:

-A las madres no hay que premiarlas, hay que prohibirlas!-

Pero esto no es más que una broma dicha con afán de llamar la atención. En el fondo, todos sabemos que las madres constituyen un sector muy importante de la población al que hay que respetar.
La mayoría de las madres requiere un adiestramiento especial, que no está a su alcance, de acuerdo. Pero pensemos en esto: No hay madre sin hijos. Entonces por qué no encargarles a éstos la educación de aquéllas? Creo que es la solución perfecta…

La educación de la madre empieza en la cuna. Cuando abrimos los ojos por primera vez, nos encontramos frente a una mujer que nos mira llena de ternura. Es nuestra madre. Hay que empezar a educarla sin pérdida de tiempo.
En primer lugar hay que corregirle el lenguaje. Nos va a decir “pichocho” por precioso, “papos” por zapatos, “quedes más” por quieres más, etc. Cuando la madre diga “papos”, el infante debe contestar, severamente:

-Nada de “papos”: zapatos!

Porque en la ignorancia fingida de la madre hay una mala fé notoria. Nos enseña a hablar como idiotas y después cree que somos idiotas porque hablamos como ella nos enseñó. Es mala fé notoria, pero inocente. Es parte de lo que se llama instinto maternal.
Nos pone una ropa ridícula que nadie en sus cabales se atrevería a escoger, nos da una comida insípida e indigesta, nos atraganta con ella, nos impide el uso de las instalaciones sanitarias, y prefiere pasarse el día cambiándonos los pañales, y lo que es peor, después se queja y nos acusa de esclavizarla. Que cómo se puede evitar esto? Con energía, creo yo. Rechazar, de una manera categórica, todo lo que nos parezca que va en mengua de nuestra dignidad; dar órdenes concretas y específicas:

-Quiero desayunar huevos rancheros!- por ejemplo, y explicarle cómo se hacen los huevos rancheros, por si ella lo ignora, o por si se le ocurre pretender olvidarlo.

De otra manera nos quedamos vestidos de azul claro y comiendo papillas hasta los cuarenta años.
En el fondo del cerebro de cada madre hay la esperanza de que su hijo llegue a ser un modelo. Un modelo de qué? Nadie sabe. Pero un modelo.
Es responsabilidad única, directa y especial del hijo, quitarle éstas ideas de la cabeza a su madre. Para esto hay qué recurrir a la polémica y al convencimiento.

-Cada cual es como puede, mamacita –debe decir el hijo a la madre-. Has de comprender que con este cerebro que tú me diste no se puede llegar muy lejos.

La madre va enseñándole al hijo, o mejor dicho, creyendo enseñarle, una serie de mentiras: que los niños vienen de París, que los juguetes los trajo Santa Claus, que papá se desvive trabajando -aunque sea notario público-, que es bueno tomar leche en grandes cantidades, que es conveniente sentarse en una silla y cerrar la boca mientras los grandes platican tonterías, etc.
Las preguntas que hace el niño, no las hace por ignorancia, son toritos que le echa a la madre para ver qué ridiculez contesta. Por ejemplo cuando un niño va con su madre por la calle, y pasan junto a un teodolito, el niño tiende a decir:

-Verdad mamá que ese es un telescopio?-
La madre, ignorante como la mayoría de las de su especie, tiende a contestar:
-No seas tonto niño, es una cámara fotográfica.-

El niño se calla riendo para sus adentros, por supuesto. El silencio del niño es un silencio culpable. Tiene absoluta obligación de explicarle a su madre:

-No mamacita, te equivocas. No es ni un telescopio ni una cámara fotográfica. Es un teodolito. Aquí conviene explicarle para qué sirven los teodolitos.

Jorge Ibargüengoitia