Si ahora mismo me estás leyendo –queridísimo lector, lectora- eso significa que al igual que yo; por lo menos sabes escribir. Esto, gracias a que en nuestros años más tiernos fuimos a la escuela; que a final de cuentas, en mi muy humilde opinión, no sirve de gran cosa, aunque sea muy divertida. En la escuela, uno aprende a socializar con los niños, que en su mayoría y casi siempre, son una plaga del Apocalipsis. Recuerdo varios compañeritos memorables: uno de ellos tenía la fijación de andar besando a las niñas a la fuerza, otro que gustaba de comerse el “Priit”, otro más que cantaba a todo pulmón “Capullito de Alelí”, una niña llamada Rosita, que estaba convencida de que en el baño de las niñas, habitaba “La Muñeca” que al parecer era un engendro de Satanás que asustaba a las niñas mientras hacían sus necesidades. Otro compañerito memorable, era Rodriguito, que era el que robaba los suspiros de todas las niñas del salón….era rubio y de ojos azules. Rodriguito ha de ser ahora un gordo padre de familia que ve el fut-bol los Domingos y que bebe caguamas….dónde estás, Rodriguito?…
En la escuela, también nos enseñan a hacer cuentas y a leer…éstas dos últimas cosas –cabe mencionar- las aprendemos en los dos primeros años de vida estudiantil, lo demás, es pérdida de tiempo..bueno, no siempre, se aprenden muchas cosas útiles, como hacer vandalismo en los lockers de los vestidores y a hacer actos de prestidigitiación con el lonche de los compañeros.
–“!Para escuelas –decía un tío mío que era parrandero y trovador-…la de la vida!”-
Esta frase me ha perseguido durante muchos años ya que siempre he dado por sentado que la escuela de la vida es mejor que a la que uno va cuando está chico y porque no le queda más remedio. En la escuela –federal o privada- uno se la pasa aprendiendo cosas que jamás usará en la vida práctica. Por ejemplo: Yo jamás me he topado con un animal extraño a la orilla de la playa y he exclamado: –¡mira…un platelminto!- . Jamás he utilizado una ecuación de segundo grado, ni los quebrados, ni los carbonos, aldehidos ni alcoholes (bueno, éstos últimos, de vez en cuando). La tabla periódica de los elementos, es algo que aprendí por equivocación al revés y al derecho y que por desgracia nunca he podido olvidar. Lástima que en la escuela no nos enseñen cosas útiles de verdad, como: guisar un huevo, cambiar un fusible, destapar un caño y en el mejor de los casos, a hacer bombas molotov.
Pero la Escuela de la Vida, amado lector, lectora, sigue siendo un misterio para mi. Se paga para asistir a ella? Yo creo que sí. Y qué se aprende en dicha escuela? La mayor parte del tiempo que..”Life is a bitch”, yes it is true!. La vida es muy hermosa, sí señor y vale la pena vivirla, pero también hay qué reconocer que de repente se convierte en un valle de lágrimas bastante Dantesco. Ahí se nos enseña a vivir de prisa, a sufrir, a trabajar para ganarse el pan, a dormirse en sus laureles, a andar de parranda, etc. Lo interesante es que el hombre es un animal de costumbres..y a todo se acostumbra uno….a la buena y a la mala vida.
De adolescente asistí a un colegio privado gobernado por una cuadrilla de monjas que ya las quisiera el Sub Comandante Marcos….algunas eran muy dulces y se dedicaban a hacer rompope en navidad, otras eran el resultado de una mezcla entre Terminator y el Ché Guevara. Recuerdo el uniforme gris Oxford, falda debajo de las rodillas, chalequito, el cabello recogido hacia atrás en una coleta y zapatos bobos de dos correas….huelga decir que nos veíamos bastante “ñoñas”. Ahí aprendí, además de las clases diarias, a leer las obras completas de Bequer y Benito Pérez Galdós, a chutarme el manual de Urbanidad y Buenas Maneras de Carreño, a poner la mesa y a decir las Letanías del Rosario de memoria. En la Preparatoria, amé el taller de Literatura donde nos recetaron las obras de Virginia Wolf, de Mariano Azuela y de Edgar Allan Poe.
Ya en la universidad, mi vida giró en torno al arte plástico y visual, en donde aprendí casi todo lo que agradezco de la vida. Siempre me vi rodeada de maestros excepcionales, algunos de ellos verdaderos artistas, otros me provocaban un terror irracional porque eran muy buena gente. Recuerdo con cariño a un maestro que era de origen Francés y que se comunicaba con nosotros en su idioma natal, sin darse cuenta de la perplejidad en nuestros rostros. Murió creyendo que hablaba un castellano impecable. Inocente creatura.
De la escuela tengo recuerdos muy gratos como aprender a leer y escribir, la muñeca del baño de las niñas, “ese oso si se asea”, Rosita, Rodriguito, el olor a viruta de lápiz, los enormes pizarrones verdes, las bancas dobles y los recreos jugando a la cuerda y al elástico; pero en definitiva, la mejor escuela, -como decía mi tío- es la de la vida. Y tú…alguna vez has visto un platelminto-dicotiledóneo-invertebrado? Recibe un saludo.
1 comentario
Sister:
Digo, aunque yo no fui igual de Fresa que tu para estar en escuela de monjas… te falto mencionar los nefastos bailes de fin de cursos en los cuales tus padres y el maestro de meten a fuerzas.
Pero de ahi en fuera cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia!
The Maruc Rat
Rata Maruca